Hoy quiero compartir una reflexión más personal, algo que creo necesario visibilizar y normalizar. Como algunos sabéis, recientemente he sido de nuevo mamá, y en medio de todas las revisiones médicas propias del posparto, viví una experiencia que me hizo pensar mucho.
Durante una de estas consultas, la matrona me entregó un test de detección de depresión posparto. Me sorprendió gratamente. Pensé: “qué bien que por fin el sistema de salud pública empiece a tomarse en serio la salud mental de las madres”. Según datos recientes, 1 de cada 10 mujeres desarrolla depresión posparto. Sin embargo, es un tema del que apenas se habla, en parte por el tabú que sigue existiendo alrededor de la maternidad y la tristeza.
Socialmente, se espera que una mujer que acaba de ser madre esté feliz, radiante… que se sienta completa. Reconocer que estamos tristes, cansadas o abrumadas parece no estar permitido. Por eso, la depresión posparto tiende a ocultarse, a minimizarse, a esconderse debajo de la alfombra.
La realidad es que esta forma de depresión tiene múltiples causas: desde los cambios hormonales y físicos, hasta el agotamiento psicológico, la falta de sueño, los sentimientos de soledad, falta de apoyo o acompañamiento de calidad e incluso la enorme distancia entre lo que socialmente se espera de la maternidad y lo que realmente vivimos.
Y sin llegar a una depresión posparto, muchas mujeres experimentan lo que se ha denominado baby blues, que afecta a entre el 50% y el 80% de las madres en los primeros días después del parto. Suele durar una o dos semanas y podríamos definirlo como un estado de tristeza caracterizado por llanto fácil, cambios bruscos de humor, irritabilidad, insomnio y sentimientos de sobrecarga. Entre un 50% y un 80%… no es poca cosa. En caso de que se alargue más de dos semanas o que afecte al vínculo con el bebé, entonces sí podríamos estar hablando de depresión.
Parece evidente que la salud mental debería tenerse en cuenta en la población posparto, además de lo puramente físico, ¿no creéis?
Y eso sin hablar de la lactancia y lo que supone para la madre en términos psicológicos… pero eso da para otro post.
Continúo con mi experiencia.
Volviendo al test, mi sorpresa fue que, tras responderlo, nadie me explicó nada. Ni una palabra sobre para qué era, ni si mis respuestas eran normales o no. La matrona lo recogió, lo miró por encima y lo guardó. Nada más. Ninguna explicación, ningún espacio de acogida.
Y eso me hizo pensar. Aunque es positivo que se empiece a incluir la salud mental en los protocolos perinatales, falta mucho trabajo por hacer en la formación del personal y en el acompañamiento real a las madres. Yo soy psicóloga y entendí lo que estaba pasando, pero ¿qué siente una madre que no está familiarizada con estos cuestionarios? Algunas de las preguntas eran muy directas: “¿Te has sentido sola?”, “¿Has llorado sin saber por qué?”, “¿Has pensado en hacerte daño?”
Me parece esencial hablar de esto. Hacer visible que la maternidad no es siempre una experiencia luminosa y plena. Que sentirse vulnerable, cansada o triste también forma parte del proceso. Y que lo mínimo que merecemos como madres es ser escuchadas y acompañadas, especialmente cuando se nos tiende la mano a través de un cuestionario que, muchas veces, se queda solo en el papel.
Ojalá podamos seguir teniendo este tipo de debates.
¿Tú qué opinas?
¿Has vivido algo parecido en tu posparto?
Me encantaría leerte en los comentarios o en redes sociales.
Sigamos hablando de lo que muchas veces se silencia.
Un abrazo enorme